Arranca el nuevo LABORATORIO ACTORAL con el recién nacido sello de BIODRAMA. Tanto en las acciones cotidianas como en la escena, cuando nombramos cosas, objetos o personas la voz se alinéa con la vibración que produce el aire en los ventrículos o cuerdas vocales y el efecto en los diferentes resonadores; en el esternón, área orofacial y máscara.
¿Quiere esto decir que si yo, en lugar de llamarme Coral, tuviera otra sonoridad mi nombre, recibiría un estímulo diferente al ser nombrada? Probemóslo.
La palabra en la escena como en la vida diaria contiene vibración, intención y pulsión en su valor simbólico más orgánico que freudiano, y toma forma de imagen.
En relación a la metodología que conforma el Laboratorio actoral, este ritual al que en cada sesión os entregáis sorteando cualquier límite, encuentra asiento en el BIODRAMA. Y no lo construyo como una mera denominación de origen, sino como concepto que atiende la catarsis que se produce en cada ejercicio, en cada movimiento y proyección vocal, cuando traemos, sin titubeos ni bloqueos, desde nuestro inabarcable imaginario todo ese material que enriquece las sorprendentes improvisaciones, y cuando nuestro cuerpo; principal instrumento escénico, emite cada movimiento detectando cómo se ejecuta, sobre qué parte del cuerpo actúa y qué emoción transfiere, esto es; movimiento consciente.
En esta oda al BIODRAMA, al fín encuentro un territorio, una nomenclatura.
Poder expresar que cuantos ejercicios realizamos hurgando, a través del juego dramático, en nuestro desván donde archivamos tantos millones de códigos e imágenes y en la sala de calderas donde amontonamos tantos deseos reprimidos y pulsiones, la esencia del juego en cada sesión no es solo un instrumento para la escena sino, y primordial, para nuestra vida cotidiana.
Y esto nos aproxima, de nuevo, a las premisas de la Biomecánica, contextualizada a principios del pasado siglo en la Rusia convulsa, en la que Meyerhold sostenía como eje principal la sensibilidad, el compromiso y la autocrítica de los actores biomecánicos.
Incorporemos al trabajo actoral, a las nuevas metodologías, un valor biomecánico que trasciende a cualquier época: actitud y ausencia de vanidad; esa trampa patológica facilmente superable con el verdadero disfrute.
Y de vanidad hablaba el dramaturgo uruguayo Mauricio Rosencof. Detenido cuando formaba parte del Movimiento Tupamaro fue encarcelado en espacios tan reducidos que tocaba las paredes con las manos, y en esa atmósfera con tanta falta de oxígeno escribió parte de su ancha obra: El Bataraz, Las cartas que no llegaron...
En la década de los noventa entrevisté a Rosencof para la televisión, y a este sabio con una intensa biografía, y con las secuelas que le había otorgada su largo y duro periodo carcelario, este hombre sólido como el acero se mostraba al inicio de la entrevista con el nerviosismo que expresaba en sus manos y en sus palabras, pese a su curtida vida, sintiendo en cada acto la inquietud de ser "la primera vez".
El gran dramaturgo, refiriéndose a los artistas vanidosos hizo dos afirmaciones que siempre recordé literales: "la gallina hambrienta sueña con maiz". Y desde sus postulados de ateo que mira con compasión, y refiriéndose al Marcos biblico cerró:"Y a cada cual según sus necesidades".
Y sobre todo mantengámonos lejos del pensamiento único. Recordemos en las horas creativas que dos más dos son cinco, y que los altillos y dobles techos con billetes de quinientos son el paradigma de la vanidad a la que se refiere Rosencof.
Enhorabuena a tod@s l@s participantes del Laboratorio que ha dado comienzo en Mutxamel (Alicante) y mi reconocimiento a todas vuestras aportaciones y generosidad sin pliegues, en cada ejercicio. Me muero por descubrir las próximas improvisaciones.
Y como dice Bibiana "con ganas de que sea miércoles".
Coral Pastor. Mayo 2018